martes, 24 de octubre de 2017

Breve ensayo sobre la vida de Andy Warhol

Hola chicos, les dejo un ejemplo de un breve (brevísimo) ensayo que versa sobre la vida de unos de los artistas más controversiales de los últimos años, Andy Warhol, creador del Arte Pop y un eterno vanguardista cuya visión fue imprescindible para entender una época.
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"Warhol, el personaje que fue su verdadera obra"

 Andy Warhol fue desde el principio un hombre lleno de contradicciones y al que rodeó la polémica. Se cuestiona su obra cinematográfica, considerada por muchos como pionera y una gran influencia en el cine posterior mientras que otros la califican como experimentos sin sentido, pretenciosos e impactantes pero muy vacíos. Sus trabajos en pintura han llegado a ser calificados como una broma de mal gusto por sus críticos mientras que gente de todo el mundo compra sus famosas láminas por miles. ¿Es pues Andy Warhol un artista significativo o un producto de marketing? No podría contestar a eso, pero en mi opinión y en la de muchos, la verdadera obra de Warhol fue su propio personaje.
Tras una primera etapa en la que trabajó como ilustrador de zapatos y realizando todo tipo de campañas publicitarias, en los años sesenta Warhol comienza a hacerse un nombre y también a crear a su propio personaje. Tomando como referencia a los artistas del movimiento conocido como Pop-Art que había comenzado en Inglaterra en los años cincuenta, Andy comienza a tomar elementos propios de la cultura americana, como las famosas latas de sopa o los botellines de Coca-Cola y los hace aparecer en sus cuadros. Pronto se suman otros elementos como el billete de dólar o actores y actrices leyendas del momento. Esta es quizás la imagen más frívola del artista, la que ha quedado en la mente de todos y la que mejor se le daba representar. Pero también hay otra cara del pintor, la que mostró en cuadros en los que plasmó peleas callejeras, suicidios y hasta la silla eléctrica, quizás la unión entre este mundo más duro y oscuro y los iconos pop que lo encumbraron a la fama.
En este momento de su vida, Warhol comienza a crearse su propia leyenda. Un personaje frívolo, incluso superficial, siempre rodeado de músicos, actores y bohemios en fiestas en las que el alcohol, las drogas y el libertinaje eran habituales. Eran los años sesenta, la época de la revolución hippy y del levantamiento contra todo lo que fuera la moral reinante. Las fiesta de Warhol en The Factory, su estudio de Nueva York, eran prácticamente diarias y todo aquel que deseaba tener un nombre en el mundillo underground estaba allí. Los que conocen a Warhol afirman que sin embargo, este era una persona muy religiosa y que a menudo, tras las largas fiestas y bacanales, acudía a los servicios religiosos de la iglesia católica bizantina, confesión a la que pertenecía.
A pesar de estar siempre en el ojo del huracán y permanentemente expuesto en los medios, Andy Warhol fue capaz de cubrir con un opaco manto su vida privada. De su gran religiosidad apenas se supo nada hasta su muerte y lo mismo ocurría con su sexualidad. Era capaz de ser un gran militante de la causa homosexual, su cine es un alegato reivindicativo de este movimiento y la mayor parte de sus películas se estrenaron en cines X homosexuales. Pero sin embargo, su imagen pública era totalmente reservada y le gustaba crear sobre él un halo de asexualidad, como si estuviera por encima de los humanos deseos carnales. En las entrevistas no contestaba más que con monosílabos y dejaba que fueran amigos y representantes los que respondieran por él, a veces con la verdad y a veces con historias inventadas. Curiosamente, alguien que era el terror de cualquier periodista por el muro que tenía levantado ante sí, fue en 1969 el creador de la famosa revista Interview.
No son pocos los que creen que esta manera de comportarse por parte de Warhol es causa directa del rechazo que sufrió en los círculos culturales y artísticos de Nueva York en sus inicios. Su evidente homosexualidad y su amaneramiento fueron comentados como motivo de rechazo por parte de esta élite que se negaba a abrirle las puertas. Warhol no se desanimó y creó su propio círculo en el que incluyó a todos los excluidos y, gracias a sus grandes conocimientos sobre cómo funcionaban la fama y los medios, convirtió a muchos de ellos en figuras muy conocidas. El caso más famoso es el de la Velvet Underground, grupo del fallecido Lou Reed, del cual fue mánager y productor durante un tiempo.
En los años setenta Warhol deja de ser el artista rompedor y comienza su época más tranquila y también más comercial. Durante esta década adapta su estilo para que encaje mejor en las galerías de arte. Aunque muchos pueden decir que fue una evolución lógica en la carrera de un pintor, lo cierto es que es fácil ver que fue un movimiento comercial. Warhol se dedicaba a rondar a todo tipo de famosos y los famosos a él en el famoso Estudio 54. Cualquier personaje conocido del cine, la música o incluso de la política era un buen objetivo para sus pinceles. Le daba al público lo que quería ver. En esta época no duda incluso en diseñar pinturas para coches en lo que muchos consideran un comercialismo extremo. Ya a finales de esta década casi toda la crítica está de acuerdo: Warhol se ha convertido en un pintor superficial y comercial que no aporta nada artísticamente hablando.
En los ochenta decide dar un giro a su carrera y comienza a interesarse por los nuevos artistas y movimientos que surgen en toda Europa. Sin embargo, para muchos es tan solo otro inteligente movimiento comercial más que una evolución artística. En lugar de apoyarse en famosos y estrellas, ahora Warhol se une a los incipientes artistas en otra de sus famosas simbiosis: el aporta su fama y su apoyo y ellos su credibilidad y sus ideas renovadas. Continúa pintando a celebridades, pero también realiza sus propias versiones de cuadros clásicos.
Warhol fallece en 1987 a consecuencia de complicaciones postoperatorias tras una intervención de vesícula. Todas sus propiedades fueron legadas a su familia que descubrió que escondía una fortuna aún mayor de la esperada debido a sus inteligentes inversiones financieras. Otro punto que demuestra la personalidad de Warhol, tan interesado en los negocios y el dinero como en el arte, incluso más según sus detractores. Parte de ese dinero se ha invertido en la Fundación Andy Warhol Para Las Artes Visuales, dedicada al apoyo a artistas rompedores y a la difusión de su obra. Una prueba más de la necesidad de Andy Warhol de pasar a la historia y no ser olvidado

Conclusión

Nos encontramos pues con una persona muy religiosa que compaginaba sus visitas a la iglesia con su participación en las que eran consideradas las fiestas más salvajes de la época y con la filmación de películas calificadas como de alto voltaje sexual. Un hombre que al ver frustrados sus intentos de penetrar en los círculos intelectuales de Nueva York crea su propio círculo underground y sabe venderlo a los medios como la alternativa cultural. Un artista que se rodea de otros artistas en relaciones simbióticas en las que unos se alimentaban de los otros.
Paladín del movimiento gay y, sin embargo, capaz de quedar con el mismísimo Ronald Reagan para charlar y para retratarlo. Un hombre que decía pintar los iconos populares, pero que no duda en retratar a un jovencísimo Miguel Bosé para la portada de un disco y aparecer en uno de sus video-clips a pesar de reconocer en privado que de él solo sabe que es el hijo de un torero, todo ello por una gran cantidad de dinero.
Contradictorio en sí mismo y más querido por el público en general que por la crítica, Warhol posiblemente hubiera pasado desapercibido si su obra no hubiera estado sostenida por su personaje, el cual fue en mi opinión y en la de muchos, el auténtico soporte de su fama junto con su gran capacidad para ver el talento ajeno y, eso sí, su generosidad a la hora de apoyar y patrocinar a sus amigos.

domingo, 15 de octubre de 2017

Grandes alumnos, grandes actores

Shakespeare se acomodó en una nube para el espectáculo y todos los grandes dramaturgos se reunieron desde el planeta del arte (Galaxia estelar 17) para la gran interpretación de algunos de los chicos de 2°A, que llevaron a cabo una interpretación de los actos que ellos mismos habían creado. El despliegue fue fenomenal y la caracterización fue digna del Teatro más exquisito. Asumieron el rol con responsabilidad y no tuvieron vergüenza para desarrollar un conflicto en tres escenas a la vista de sus compañeros. Les dejamos a continuación algunas fotos que recuerdan ese momento donde el aula se convirtió en un escenario y donde todos sucumbimos ante la magia de la fantasía.









miércoles, 4 de octubre de 2017

Las Mil y una noches y Los Cuentos de Canterbury

Chicos, les mando los dos cuentos que faltan para completar toda la bibliografía; uno es anónimo y pertenece a Las mil y una noches y el otro, más corto, es de Chaucer y está extraído de su obra Los cuentos de Canterbury. Recuerden que la prueba es el próximo martes 10. 
Historia del Jorobado, con el Sastre, el Corredor Nazareno, el Intendente y el Médico Judío
Anónimo: Las mil y una noches

HISTORIA DEL JOROBADO, CON EL SASTRE, EL CORREDOR NAZARENO, EL INTENDENTE Y EL MEDICO JUDÍO; LO QUE DE ELLO RESULTE, Y SUS AVENTURAS SUCESIVAMENTE REFERIDAS
Entonces Schahrazada dijo al rey Schahriar:
“He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de las edades y de los siglos, hubo en una ciudad de la China un hombre que era sastre y estaba muy satisfecho de su condición. Amaba las distracciones apacibles y tranquilas y de cuando en cuando acostumbraba a salir con su mujer, para pasearse y recrear la vista con el espectáculo de las calles y los jardines. Pero cierto día que ambos habían pasado fuera de casa, al regresar a ella, al anochecer, encontraron en el camino a un jorobado de tan grotesca facha, que era antídoto de toda melancolía y haría, reír al hombre más triste, disipando toda pesar y toda aflicción. Inmediatamente se le acercaron el sastre y su mujer, divirtiéndose tanto con sus chanzas, que le convidaron a pasar la noche en su compañía. El jorobado hubo de responder a esta oferta como era debido, uniendose a ellos, y llegaron juntos a la casa. Entonces el sastre se apartó un momento para ir al zoco antes de que los comerciantes cerrasen sus tiendas, pues quería comprar provisiones con qué obsequiar al huésped. Compró pescado frito, pan fresco, limones, y un gran pedazo de halaua para postre. Después volvió, puso todas estas cosas delante del jorobado, y todos se sentaron a comer.
Mientras comían alegremente, la mujer del sastre tomó con los dedos un gran trozo de pescado y lo metió por broma todo entero en la boca del jorobado, tapándosela con la mano para que no escupiera el pedazo, y dijo: “¡Por Alah! Tienes que tragarte ese bocado de una vez sin remedio, o si no, no te suelto.”
Entonces, el jorobado, tras de muchos esfuerzos, acabó por tragarse el pedazo entero. Pero desgraciadamente para él, había decretado el Destino que en aquel bocado hubiese una enorme espina. Y esta espina se le atravesó en la garganta ocasionándole en el acto la muerte.
Al llegar a este punto de su relato, vio Scháhrazada, hija del visir, que se acercaba la mañana, y con su habitual discreción no quiso proseguir la historia, para no abusar del permiso concedido por el rey Schahriar.
Entonces, su hermana la joven Doniazada, le dijo: “¡Oh hermana mía! ¡Cuán gentiles, cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras!” Y Schahrazada respondió: “¿Pues qué dirás la noche próxima, cuando oigas la continuacion, si es que vivo aún, porque así lo disponga la voluntad de este rey lleno de buenas maneras y de cortesía?”
Y el rey Schahriar dijo para sí: “¡Por Alah! No la mataré hasta no oír lo que falta de esta historia, que es muy sorprendente.”
Después el rey Schahriar acogió a Schahrazada entré sus brazos hasta que llegó la mañana. Entonces el rey se levantó y se fue a la sala de justicia. Y en seguida entró el visir, y entraron asimismo los emires, los chambelanes y los guardias, y el diván se llenó de gente. Y el rey empezó a juzgar y a despachar asuntos, dando un cargo a éste, destituyendo a aquel, sentenciando en los pleitos pendientes, y ocupando su tiempo de este modo hasta acabar el día. Terminadó el diván, el rey volvió a sus aposentos y fue en busca de Schahrazada.
 Y CUANDO LLEGÓ LA 25a NOCHE
Doniazada dijo a Schabrazada: “¡Oh hermana mía! Te ruego que nos cuentes la continuación de esa historia del jorobado, con el sastre y su mujer.” Y Sehahrazada repuso: “¡De todo corazón y como debido homenaje! Pero no sé si lo consentirá el rey.” Entonces el rey se apresuró a decir: “Puedes contarla.” Y Schahrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el sastre vio morir de aquella manera al jorobado, exclamó: “¡Sólo Alah él Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder! ¡Qué desdicha que este pobre hombre haya venido a morir precisamente entre nuestras manos!” Pero la mujer replicó: “¿Y qué piensas hacer ahora? ¿No conoces estos versos del poeta?
 ¡Oh alma mía! ¿por qué te sumerges en lo absurdo hasta enfermar? ¿Por qué te preocupas con aquello que te acareará la pena y la zozobra?
¿No temes al fuego, puesto que vas a sentarte en él? ¿No sabes que quien se acerca al fuego se expone a abrasarse.
 Entonces su marido le dijo: “No sé, en verdad, qué hacer.” Y la mujer respondió: “Levántate, que entre los dos lo llevaremos, tapándole con una colcha de seda, y lo sacaremos ahora mismo de, aquí, yendo tú detrás y yo delante. Y por todo el camino irás diciendo en alta voz: “¡Es mi hijo, y ésta es su madre! Vamos buscando a un médico que lo cure. ¿En dónde hay un médico?”
Al oír el sastre estas palabras se levantó, cogió al jorobado en brazos, y salió de la casa en seguimiento de su esposa. Y la mujer empezó a clamar: “¡Oh mi pobre hijo! ¿Podremos verte sano y salvo? ¡Dime! ¿Sufres mucho? ¡Oh maldita viruela! ¿En qué parte del cuerpo te ha brotado la erupción?” Y al oírlos, decían los transeúntes: “Son un padre y una madre que llevan a un niño enfermo de viruelas.” Y se apresuraban a alejarse.
Y así siguieron andando el sastre y su mujer, preguntando por la casa de un médico, hasta que los llevaron a la de un médico judío. Llamaron entonces, y en seguida bajó una negra, abrió la puerta, y vio a aquel hombre que llevaba un niño en brazos, y a la madre que lo acompañaba. Y ésta le dijo: “Traemos un niño para que lo vea el médico. Toma este dinero, un cuarto de dinar, y dáselo adelantado a tu amo, rogándole que baje a ver al niño, porque está muy enfermo.”
Volvió a subir entonces la criada, y en seguida la mujer del sastre traspuso el umbral de la casa, hizo entrar a su marido, y le dijo: “Deja en seguida ahí el cadáver del jorobado. Y vámonos a escape.” Y el sastre soltó el cadáver del jorobado, dejándolo arrimado al muro, sobre un peldaño de la escalera, y se apresuró a marcharse, seguido por su mujer.
En cuanto a la negra, entró en casa de su amo el médico judío, y le dijo: “Ahí abajo queda un enfermo, acompañado de un hombre y una mujer, que me han dado para ti este cuarto de dinar para que recetes algo que le alivie. Y cuando el médico judío vio el cuarto de dinar, se alegró mucho y se apresuró a levantarse; pero con la prisa no se acordó de coger una luz para bajar. Y por esto tropezó con el jorobado, derribándole. Y muy asustado, al ver rodar a un hombre, le examinó en seguida,. y al comprobar que estaba muerto, se creyó causante de su muerte. Y gritó entonces: “¡Oh Señor! ¡Oh Alah justiciero! Por las diez palabras santas!” Y siguió invocando a Harún, a Yuschah, hijo de Nun, y a los demás. Y dijo: “He aquí que acabo de tropezar con este enfermo, y le he tirado rodando por la escalera. Pero ¿cómo salgo yo ahora de casa con un cadáver?” De todos modos, acabó por cogerlo y llevarlo desde el patio a su habitación, donde lo mostró a su mujer, contando todo lo ocurrido. Y ella exclamó aterrorizada: “¡No, aquí no lo podemos tener! ¡Sácalo de casa cuanto antes! Como continúe con nosotros hasta la salida del sol, estamos perdidos sin remedio. Vamos a llevarlo entre los dos a la azotea y desde allí lo echaremos a la casa de nuestro vecino el musulmán. Ya sabes que nuestro vecino es el intendente proveedor de la cocina del rey, y su casa está infestada de ratas, perros y gatos, que bajan por la azotea para comerse las provisiones de aceite, manteca y harina. Por tanto, esos bichos no dejarán de comerse este cadáver, y lo harán desaparecer.”
Entonces el médico judío y su mujer cogieron al jorobado y lo llevaron a la azotea, y desde allí lo hicieron descender pausadamente hasta la casa del mayordomo, dejandolo de pie contra la pared de la cocina. Después se, alejaron, descendiendo a su casa tranquilamente.
Pero haría pocos momentos que el jorobado se hallaba arrimado contra la pared, cuando el intendente, que estaba ausente, regresó a su casa, abrió la puerta, encendió una vela, y entró. Y encontró a un hijo de Adán de pie en un rincón: junto a la pared de la cocina. Y el intendente, sorprendidísimo, exclamó: “¿Qué es eso? ¡Por Alah! He aquí, que el ladrón que acostumbraba a robar mis provisiones no era un bicho, sino un ser humano. Este es el que me roba la carne y la manteca, a pesar de que las guardo cuidadosamente por temor a los gatos y a los perros. Bien inútil habría sido matar a todos los perros y gatos del barrio, como pensé hacer puesto que este individuo es el que bajaba por la azotea.” Y en seguida agarró el intendente una enorme estaca,, yéndose para el hombre, y le dio de garrotazos, y aunque le vio caer, le siguió apaleando. Pero como el, hombre no se movía, el intendente advirtió que estaba muerto, y entonces dijo desolado: “¡Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder!” Y después añadió: “¡Malditas sean la manteca y la carne, y maldita esta noche! Se necesita tener toda la mala suerte que yo tengo para haber matado así a este hombre. Y no sé qué hacer con él.” Después lo miró con mayor atención, comprobando que era jorobado. Y le dijo: “¿No te basta con ser jorobeta? ¿Querías también ser ladrón y robarme la carne y la manteca de mis provisiones? ¡Oh Dios protector, ampárame con el velo de tu poder!” Y como la noche se acababa, el intendente se echó a cuestas al jorobado, salió de su casa anduvo cargado con él, hasta que llegó a la entrada del zoco. Paróse entonces, colocó de pie al jorobado junto a una tienda, en la esquina de una bocacalle, y se fue.
Y al poco tiempo de estar allí el cadáver del jorobado, acertó a pasar un nazareno. Era el corredor de comerció del sultán. Y aquella noche estaba beodo. Y en tal estado iba al hammam a bañarse. Su borrachera le incitaba a las cosas más curiosas, y se decía: “¡Vamos, que eres casi como el Mesías!” Y marchaba haciendo eses y tambaleándose, y acabó por llegar adonde estaba el jorobado. Pero de pronto vio al jorobado delante de él, apoyado contra la pared. Y al encontrarse con aquel hombre, que seguía inmóvil, se le figuró que era un ladrón y que acaso fuese, quien le había robado el turbante, pues el corredor nazareno iba sin nada a la cabeza. Entonces se abalanzó contra aquel hombre, y le dio un golpe tan violento en la nuca que lo hizo caer al suelo. Y en seguida empezó a dar gritos llamando al guarda del zoco. Y con la excitación de su embriaguez, siguió golpeando al jorobado y quiso estrangularlo, apretóndole la garganta con ambas manos. En este momento llegó el guarda del zoco y vio al nazareno encima del musulmán, dándole golpes y a punto de ahogarlo. Y el guarda dijo:
¡Deja a ese hombre y levántate!”, Y el cristiano se levantó. Entonces el guarda del zoco se acercó al jorobado, que se hallaba tendido en el suelo, lo examinó, y vio que estaba muerto. Y gritó entonces: “¿Cuándo se ha visto que un nazareno tenga la audacia de golpear a un musulmán y matarlo? Y el guarda se apoderó del nazareno, le ató las manos a la espalda y le llevó a casa del walí. Y el nazareno, se lamentaba y decía: “¡Oh Mesías, oh Virgen! ¿Cómo habré podido matar a ese hombre? ¡Y qué pronta ha muerto, sólo de un puñetazo! Se me pasó la borrachera, y ahora viene la reflexión.”
Llegados a casa del walí, el nazareno y el cadáver del jorobado quedaron encerrados toda la noche, hasta que él walí se despertó por la mañana. Entonces el walí interrogó al nazareno, que no pudo negar los hechos referirlos por el guarda, del zoco. Y el walí no pudo hacer otra cosa que condenar a muerte a aquel, nazareno que había matado a un musulmán. Y ordenó que el portaalfanje pregonara por toda la ciudad la sentencia de muerte del corredor nazareno. Luego mandó que levantasen la horca y se llevasen a ella al sentenciado.
Entonces se acercó el portaalfanje y preparó, la cuerda, hizo el nudo corredizo, se lo pasó al nazareno por el cuello, y ya iba a tirar de él, cuando de pronto el proveedor del sultán hendió la muchedumbre y abriéndose camino hasta el nazareno, que estaba de pie junto a la horca, dijo al portaalfanje: “¡Detente! ¡Yo soy quien ha matado a ese hombre!” Entonces el walí le preguntó: “¿Y por qué le mataste?” Y el intendente dijo: “Vas a saberlo. Esta noche, al entrar en mi casa, advertí que se había metido en ella descolgándose por la terraza, para robarme las provisiones. Y le di un golpe en el pecho con un palo, y en seguida le vi caer muerto. Entonces le cogí a cuestas y le traje al zoco, dejándole de pie arrimado contra una tienda en tal sitio y en tal esquina. Y he aquí que ahora, con mi silencio iba a ser causa de que matasen a este nazareno, después de haber sido yo quien mató a un musulmán. ¡A mí, pues, hay que ahorcarme!”
Cuando el walí hubo oído las palabras del proveedor, dispuso que soltasen al nazareno, y dijo al portaalfanje: “Ahora mismo ahorcarás a este hombre, que acaba de confesar su delito.”
Entonces el portaalfanje cogió la cuerda que había pasado por el cuello del cristiano y rodeó con ella el cuello del proveedor, lo llevó juntó al patíbulo, y lo iba a levantar en el aire, cuando de pronta el médico judío atravesó la muchedumbre, y dijo a voces al portaalfanje: “¡Aguarda! ¡El única culpable soy yo!” Y después contó así la cosa: “Sabed todos que este hombre me vino a buscar para consultarme, a fin de que lo curara. Y cuando yo bajaba la escalera para verle, como era de noche, tropecé, con él y rodó hasta lo último de la escalera, convirtiéndose en un cuerpo sin alma. De modo que no deben matar al proveedor, sino a mí solamente. Entonces el walí dispuso la muerte del médico judío. Y el portaalfanje quitó la cuerda del cuello del proveedor y la echó al cuello del médico judío, cuando se vio llegar al sastre, que, atropellando a todo el mundo, dijo: “¡Detente! Yo soy quien lo maté. Y he aquí lo que ocurrió. Salí ayer de paseo y regresaba a mi casa al anochecer. En el camino encontré a este jorobado, que estaba borracho y muy divertido, pues llevaba en la mano una pandereta y se acompañaba con ella cantando de una manera chistosísma. Me detuve para contemplarle y divertirme, y tanto me regocijó, que lo convidé a comer en mi casa. Y compré pescado entre otras cosas„ y, cuando estábamos comiendo, tomó mi mujer un trozo de pescado, que colocó en otro de pan, y se lo metió todo en la boca a este hombre y el bocado le ahogó, muriendo en el acto. Entonces lo cogimos entre mi mujer y yo y lo llevamos a casa del médico judío. Bajó a abrimos un negra, y yo le dije lo que le dije. Después le di un cuarto de dinar para su amo. Y mientras ella subía, agarré en seguida al jorobado y lo puse de pie contra el muro de la escalera, y yo y mi mujer nos fuimos a escape. Entretanto, bajó el médico judío para ver al enfermo; pero tropezó con el jorobado, que cayó en tierra, y el judío creyó que lo había matado él.”
Y en este momento, el sastre se volvió hacia el médico judío y le dijo: ¿No fue así?” El médico repuso: “¡Esa es la verdad!” Entonces, el sastre, dirigiéndose al walí, exclamó: ¡Hay, pues, que soltar al judío y ahorcarme a mí!”
El walí, prodigiosamente asombrado, dijo entonces: “En verdad que esta historia merece escribirse en los anales y en los libros.” Después mandó al portaalfanje que soltase al judío y ahorcase al sastre, que se había declarado culpable. Entonces el portaalfanje llevó al sastre junto a la horca, le echó la soga al cuello, y dijo: “¡Esta vez va de veras! ¡Ya no habrá ningún otro cambio!” Y agarró la cuerda.
¡He aquí todo, por el momento! En cuanto al jorobado, no era otro que el bufón del sultán, que ni una hora podía separarse de él. Y el jorobado, después de emborracharse aquella noche, se escapó de palacio, permaneciendo ausente toda la noche. Y al otro día, cuando el sultán preguntó por él, le dijeron: ¡Oh señor, el walí te dirá que el jorobado ha muerto, y que su matador iba a ser ahorcado!, Por eso el walí había mandado ahorcar al matador, y el verdugo se preparaba a ejecutarle; pero entonces se presentó un segundo individuo, y luego un tercero, diciendo todos: “¡Yo soy el único que ha matado al jorobado!” “Y cada cual contó al walí la causa de la muerte.”
Y el sultán, sin querer escuchar más, llamó a un chambelán y le dijo: “Baja en seguida en busca, del walí y ordénale que, traiga a toda esa gente que está junto a la horca.”
Y el chambelán bajó, y llegó junto al patíbulo, precisamente cuando el verdugo iba a éjecutar al sastre.” Y el chambelán gritó: “¡Detente!” Y en seguida le contó al walí que ésta historia del jorobado había llegado a oídos del rey. Y se lo llevó, y se llevó también al sastre, al médico judío, al corredor nazareno y al proveedor, mandando transportar también el cuerpo del jorobado, y con todos ellos marchó en busca del sultán.
Cuando el walí se presentó entre las manos del rey; se inclinó, y besó la tierra, y refirió toda la historia del jorobado, con todos sus pormenores, desde el principio hasta el fin. Pero es inútil repetirla.
El sultán,, al oir tal historia, se maravilló mucho y llegó al límite más extremo de la hilaridad. Después mandó a los escribas de palacio que escribieran esta historia con aguja de oro. Y luego preguntó a todos los presentes: “¿Habéis oído alguna vez historia semejante a la del jorobado?” Entonces el corredor nazareno avanzó un paso, besó la tierra entre las manos del rey, y dijo: “¡Oh rey de los siglos y del tiempo! Se una historia mucho más asombrosa que nuestra aventura con el jorobado. La referiré, si me das tu venia, por que es mucho más sorprendente, más extraña y más deliciosa que la del jorobado.”
Y dijo el rey: “¡Ciertamente! Desembucha lo que hayas de decir para que lo oigamos.”
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El hombre que fue a matar a la muerte
Geoffrey Chaucer
Había en antaño en Flandes una pandilla de jóvenes entregados a toda clase de disipación tales como el juego, fiestas, frecuentación de tabernas, donde día y noche jugaban a los dados y bailaban al son del arpa, laúd y guitarra, comiendo y bebiendo más de lo debido. De este modo, con los excesos más abominables, dedicaron al diablo los más viles sacrificios en aquel templo del demonio: la taberna. Se os pondría la carne de gallina si escuchaseis los terribles juramentos y blasfemias con los que destrozaban el sagrado cuerpo de Nuestro Señor.

Mi historia es sobre tres trasnochadores. Mucho antes de que la campana tocase para las oraciones de las seis, ya hacía rato que estaban bebiendo dentro de la taberna. Mientras se hallaban allí sentados, oyeron una campanilla que sonaba precediendo a un cadáver que era conducido a la tumba. Uno de esos tres llamó al mozo y le dijo: -Corre y averigua de quién es el cadáver que llevan. Espabílate y mira de enterarte bien del nombre. -Señor -repuso el muchacho-, no hay necesidad de ello, pues me lo dijeron dos horas antes de que ustedes llegasen aquí. Se trata, por cierto, de un viejo amigo de ustedes. Fue muerto de repente la noche pasada, mientras se hallaba tendido sobre un banco, borracho como una cuba. Se le acercó un ladrón -al que llaman Muerte-, que anda por ahí matando a todos los que puede en la comarca, y le atravesó el corazón con una lanza, yéndose luego sin pronunciar palabra. Ha asignado a millares en la presente peste, y me parece, señores, que es preciso que toméis precauciones antes de enfrentaros con un adversario así. Debéis estar siempre preparados por si os sale al encuentro (mi madre así me lo advirtió). No os puedo decir nada más. -¡Por Santa María! -intervino el posadero-. Lo que dice el muchacho es cierto. Este año ha matado a todo hombre, mujer, niño, trabajador en la granja y criado en un gran pueblo que se halla a más o menos una milla de aquí, que es, por cierto, el lugar en el que, creo, vive. Lo más juicioso resulta estar preparados para que no os hiera. -¿Eh? -dijo el trasnochador-¡Por el Sagrado Corazón! ¿Tan peligroso resulta toparse con él? ¡Por los huesos del Señor, juro que le buscaré por calles y caminos! Escuchad, amigos: nosotros tres somos uno; cojámonos de la mano y jurémonos eterna hermandad recíprocamente, y entonces salgamos a matar a este falso traidor llamado Muerte. Por el esplendor divino, este asesino deberá morir antes de medianoche. Los tres juntos dieron su palabra de honor de vivir o morir por los demás, como si se hubiese tratado de hermanos de la misma sangre. Entonces se levantaron, borrachos de ira, y se pusieron en camino hacia el pueblo del que el posadero había hablado. Durante todo el trecho fueron desmembrando el santo cuerpo de Jesús con sus infames juramentos. Darían muerte a la Muerte si podían ponerle la mano encima. No habían andado aún media milla entera cuando un hombre pobre se topó con ellos en el mismo momento en que iba a subir las escalerillas de una cerca. El anciano les saludó humildemente: -¡Que Dios les guarde y les acompañe, señores! Pero el más altanero de los tres trasnochadores le replicó: -Maldito sea, rústico patán. ¿Por qué vas tapado hasta los ojos? Y cómo es que sigues viviendo con tu chochez? -Porque aunque anduviese desde aquí hasta la India no podría encontrar a nadie en ciudad o aldea que estuviese dispuesto a cambiar su juventud por mi edad -le dijo el anciano mientras le miraba intensamente-. Por lo que debo soportar mi ancianidad hasta que Dios disponga. Ni la Muerte, ¡ay, Dios mío!, quiere tomar mi vida. Por eso, como un prisionero incansable, ando golpeando con mi vara la tierra -la puerta de mi madre- de noche y de día, rogando: «Querida madre, ¡déjame entrar! Mira cómo mi carne, mi sangre y mi piel se marchitan. ¿Cuándo podrán descansar mis huesos? Madre, yo te cambiaría todos los vestidos que tengo en el armario de mi cuarto desde hace tiempo, por un sudario con el que envolverme.» Sin embargo, sigue sin querer concederme ese favor. Por eso es mi rostro tan pálido y escuálido. »Pero, señores, éstos no son modales para hablar tan rudamente a un anciano que no os ha ofendido para nada. Por consiguiente, os doy un consejo: no causéis daño a un anciano ahora, del mismo modo que no querríais que os dañaran cuando seáis ancianos si es que vivís para serlo. Y que Dios os acompañe en vuestro viaje dondequiera que vayáis. Debo proseguir mi camino. -No, por Dios. No vayáis tan deprisa, anciano -replicó el otro jugador-. Por San Juan, no te vas a librar tan fácilmente. Ahora mismo hablaste de este traidor llamado Muerte que mata a todos nuestros amigos de la comarca. Por mi vida que eres espía suyo. Dime dónde está o lo pagarás muy caro, por Dios y el Santísimo Sacramento. Tú y él estáis confabulados para matarnos a nosotros los jóvenes, y ésta es la verdad, tú, esto sí que es verdad, maldito embustero. -Bueno, señores -replicó-, si tantas ganas tenéis de encontrar a Muerte, subid por esta carretera serpenteante; os juro que le dejé sentado bajo un árbol en aquel bosquecillo esperando y os aseguro que vuestra baladronada no le hará esconder. ¿Veis aquel roble? Allí mismo lo encontraréis. ¡Que el Salvador os guíe y proteja! Así habló el anciano, a lo que cada uno de los trasnochadores apretó a correr hasta llegar al árbol, donde encontraron un montón de florines de oro recién acuñados: casi ocho fanegas les pareció que había. Al verlos dejaron de buscar a Muerte y se sentaron al lado de aquel precioso montón, excitados y alegres a la vista de aquellos hermosos y relucientes florines. El peor de los tres fue el primero en hablar: -Hermanos -dijo-. Mirad lo que os digo, pues aunque hago bromas y el tonto, soy más listo de lo que parezco. La Fortuna nos ha dado este tesoro para que podamos pasar el resto de nuestras vidas alegres y en plena francachela. Lo que llegó con facilidad se diluye rápidamente. ¡Loado sea Dios bendito! ¿Quién se podía imaginar que tendríamos tanta suerte? Ahora bien, si este oro pudiese ser transportado y llevado a mi casa -o a la vuestra, quiero decir-, estaríamos en el séptimo cielo. Pues resulta evidente que todo este oro es nuestro. Naturalmente, esto no lo podemos hacer de día. La gente diría que somos salteadores de caminos y nos ahorcarían por robar nuestro propio tesoro. No, debe ser transportado de noche y con todas las precauciones y prudencia que sea posible. Por tanto, sugiero que lo echemos a suertes y veremos en quién recae. El que saque la paja más larga deberá ir corriendo a la ciudad lo más rápidamente que pueda y nos traerá pan y vino sin despertar sospechas, mientras los otros dos mantienen una constante vigilancia sobre el tesoro. Si no se entretiene, esta misma noche transportaremos el tesoro al lugar que consideremos más apropiado. Se colocó las tres pajas en el puño y dijo a los demás que sacasen una para ver en quién recaía la suerte. La sacó el más joven de los tres, quien inmediatamente se encaminó hacia la ciudad. Tan pronto como se hubo ausentado, uno de los que quedaban dijo al otro: -Como sabes, tú eres mi hermano por juramento, y ahora te voy a decir algo que te beneficiará. Como has visto, nuestro amigo se ha marchado y aquí hay oro en abundancia para repartírnoslo entre los tres. Pero supón que pudiese arreglarlo de manera que nos lo repartiésemos entre nosotros dos. ¿No te beneficiaría esto? -No sé cómo puede hacerse -repuso el otro-. Él sabe que el oro está aquí con nosotros. ¿Qué es lo que podemos hacer? ¿Qué le diremos? -¿Debe ser un secreto? -dijo el primer bribón-. Entonces te diré en dos palabras lo que vamos a hacer para llevárnoslo. -Conforme -dijo el otro-. No tengas miedo; te doy mi palabra y no te defraudaré. -Bueno -replicó el primero-. Como sabes, somos dos, y dos son más fuertes que uno. Espera que se siente; entonces te levantas como si fueras a pelear con él en broma y yo miraré de atravesarle; y, mientras tú haces ver que forcejeas con él, procura hacer lo mismo con tu daga. Entonces, amigo mío, podremos repartimos todo este oro entre tú y yo y podremos jugar a los dados a placer y hacer lo que queramos. Así fue cómo estos dos canallas se pusieron de acuerdo para matar al tercero según he contado. Ahora bien, el más joven de ellos, el que le tocó ir a la ciudad, estuvo todo el rato dando vueltas y más vueltas al asunto, pensando en la belleza de aquellos relucientes florines de oro. «Oh, Dios -musitó él-, si pudiese tener todo el tesoro para mí solo, ¿qué hombre bajo la bóveda celeste podría vivir más feliz que yo?» Y al final, el diablo, nuestro común enemigo, puso en su mente la idea de comprar veneno con el que matar a sus dos compinches. Como veis, el diablo le encontró llevando tan mala vida, que tuvo licencia para acarrearle la perdición, pues el joven pretendía matar a ambos sin sentir el menor remordimiento; y, sin perder más tiempo, se dirigió a un boticario de la ciudad y le pidió que le vendiese veneno para matar ratas, pues, dijo, había una mofeta que rondaba su corral y le mataba las gallinas, por lo que estaba resuelto a ajustar las cuentas con el perillán que cada noche le hacía la pascua. El boticario le contestó: -Te daré algo. Te aseguro, como espero ganar la gloria del Cielo, que este veneno es tan fuerte que no existe criatura viviente en el mundo que no pierda la vida inmediatamente; así caerá muerto en menos tiempo que canta un gallo, tanto si come como si bebe de esta poción, aunque solamente sea la cantidad necesaria para empapar un grano de trigo. El malvado tomó la caja de veneno con la mano y se fue a la calle siguiente, donde encontró un hombre a quien le pidió en préstamo tres botellas grandes. Vertió el veneno en dos de ellas y guardó la tercera, limpia, para su uso personal, pues esperaba pasarse toda la noche trabajando, acarreando aquel oro. Y cuando aquel canalla -que el diablo le lleve- hubo llenado de vino las tres grandes botellas, regresó con sus amigos. ¿Es preciso explicarlo con detalle? Le acuchillaron allí mismo como habían planeado, y, cuando hubieron terminado, uno de ellos dijo: -Ahora sentémonos y bebamos y pongámonos contentos. Luego sepultaremos el cuerpo. Al decir esto cogió una de las botellas que contenían veneno y bebió, pasándola luego a su amigo, que también bebió, con lo que ambos perecieron allí mismo. Por cierto que no creo que el gran médico Avicena haya escrito en cualquier sección de su Libro del Canon en Medicina síntomas de envenenamiento más horribles que los que sintieron aquellos dos desgraciados antes de morir. Así fue cómo los dos asesinos, al igual que el envenenador, hallaron su fin. ¡Oh, iniquidad de iniquidades! ¡Traidores asesinos! ¡Oh, maldad! ¡Oh, codicia, lascivia y juego! ¡Tú, blasfemo contra Jesucristo con los más infames juramentos surgidos de la soberbia y de la costumbre! i Oh, humanidad! ¿Por qué eres tan falsa y agresiva hacia tu Creador, que te hizo y te redimió con la sangre de su precioso Corazón? Ahora, queridos hermanos, que Dios perdone vuestros pecados y os salve del pecado de la avaricia. 

domingo, 1 de octubre de 2017

Giovanni Boccaccio, "Griselda"

Buenas noches chicos, en la siguiente entrada van a encontrar un cuento más del género de Relato Enmarcado que integra el corpus de textos de bibliografía obligatoria para rendir el examen próximo. Imprímanlo de la manera qué quieran con el formato qué prefieran, pero deberán tenerlo en papel para trabajar el texto en clase. 
Nos vemos, saludos
Prof Arch
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Voy a contar de un marqués no una cosa magnífica, sino una solemne barbaridad, aunque terminase con buen fin; la cual no aconsejo a nadie que la imite porque una gran lástima fue que a aquél le saliese bien. Hace ya mucho tiempo, fue el mayor de la casa de los marqueses de Saluzzo un joven llamado Gualtieri, el cual estando sin mujer y sin hijos, no pasaba en otra cosa el tiempo sino en la cetrería y en la caza, y ni de tomar mujer ni de tener hijos se ocupaban sus pensamientos; en lo que había que tenerlo por sabio. La cual cosa, no agradando a sus vasallos, muchas veces le rogaron que tomase mujer para que él sin herederos y ellos sin señor no se quedasen, ofreciéndole a encontrársela tal, y de tal padre y madre descendiente, que buena esperanza pudiesen tener, y alegrarse mucho con ello. A los que Gualtieri repuso:
-Amigos míos, me obligáis a algo que estaba decidido a no hacer nunca, considerando qué dura cosa sea encontrar alguien que bien se adapte a las costumbres de uno, y cuán grande sea la abundancia de lo contrario, y cómo es una vida dura la de quien da con una mujer que no le convenga bien. Y decir que creéis por las costumbres de los padres y de las madres conocer a las hijas, con lo que argumentáis que me la daréis tal que me plazca, es una necedad, como sea que no sepa yo cómo podéis saber quiénes son sus padres ni los secretos de sus madres; y aun conociéndolos, son muchas veces los hijos diferentes de los padres y las madres. Pero puesto que con estas cadenas os place anudarme, quiero daros gusto; y para que no tenga que quejarme de nadie sino de mí, si mal sucediesen las cosas, quiero ser yo mismo quien la encuentre, asegurándoos que, sea quien sea a quien elija, si no es como señora acatada por vosotros, experimentaréis para vuestro daño cuán penoso me es tomar mujer a ruegos vuestros y contra mi voluntad.
Los valerosos hombres respondieron que estaban de acuerdo con que él se decidiese a tomar mujer. Habían gustado a Gualtieri hacía mucho tiempo las maneras de una pobre jovencita que vivía en una villa cercana a su casa, y pareciéndole muy hermosa, juzgó que con ella podría llevar una vida asaz feliz; y por ello, sin más buscar, se propuso casarse con ella; y haciendo llamar a su padre, que era pobrísimo, convino con él tomarla por mujer. Hecho esto, hizo Gualtieri reunirse a todos sus amigos de la comarca y les dijo:
-Amigos míos, os ha placido y place que me decida a tomar mujer, y me he dispuesto a ello más por complaceros a vosotros que por deseo de mujer que tuviese. Sabéis lo que me prometisteis: es decir, que estaríais contentos y acataríais como señora a cualquiera que yo eligiese; y por ello, ha llegado el momento en que pueda yo cumpliros mi promesa y en que vos cumpláis la vuestra. He encontrado una joven de mi gusto muy cerca de aquí que entiendo tomar por mujer y traérmela a casa dentro de pocos días: y por ello, pensad en preparar una buena fiesta de bodas y en recibirla honradamente para que me pueda sentir satisfecho con el cumplimiento de vuestra promesa como vos podéis sentiros con el mío.
Los hombres buenos, todos contentos, respondieron que les placía y que, fuese quien fuese, la tendrían por señora y la acatarían en todas las cosas como a señora; y después de esto todos se pusieron a preparar una buena y alegre fiesta, y lo mismo hizo Gualtieri. Hizo preparar unas bodas grandísimas y hermosas, e invitar a muchos de sus amigos y parientes y a muchos gentileshombres y a otros de los alrededores; y además de esto hizo cortar y coser muchas ropas hermosas y ricas según las medidas de una joven que en la figura le parecía como la jovencita con quien se había propuesto casarse, y además de esto dispuso cinturones y anillos y una rica y bella corona, y todo lo que se necesitaba para una recién casada. Y llegado el día que había fijado para las bodas, Gualtieri, a la hora de tercia, montó a caballo, y todos los demás que habían venido a honrarlo; y teniendo dispuestas todas las cosas necesarias, dijo:
-Señores, es hora de ir a por la novia.
Y poniéndose en camino con toda su comitiva llegaron al villorrio; y llegados a casa del padre de la muchacha, y encontrándola a ella que volvía de la fuente con agua, con mucha prisa para ir después con otras mujeres a ver la novia de Gualtieri, cuando la vio Gualtieri la llamó por su nombre -es decir, Griselda- y le preguntó dónde estaba su padre; a quien ella repuso vergonzosamente:
-Señor mío, está en casa.
Entonces Gualtieri, echando pie a tierra y mandando a todos que esperasen, solo entró en la pobre casa, donde encontró al padre de ella, que se llamaba Giannúculo, y le dijo:
-He venido a casarme con Griselda, pero antes quiero que ella me diga una cosa en tu presencia.
Y le preguntó si siempre, si la tomaba por mujer, se ingeniaría en complacerle y en no enojarse por nada que él dijese o hiciese, y si sería obediente, y semejantemente otras muchas cosas, a las cuales, a todas contestó ella que sí. Entonces Gualtieri, cogiéndola de la mano, la llevó fuera, y en presencia de toda su comitiva y de todas las demás personas hizo que se desnudase; y haciendo venir los vestidos que le había mandado hacer, prestamente la hizo vestirse y calzarse, y sobre los cabellos, tan despeinados como estaban, hizo que le pusieran una corona, y después de esto, maravillándose todos de esto, dijo:
-Señores, ésta es quien quiero que sea mi mujer, si ella me quiere por marido.
Y luego, volviéndose a ella, que avergonzada de sí misma y titubeante estaba, le dijo:
-Griselda, ¿me quieres por marido?
A quien ella repuso:
-Señor mío, sí.
Y él dijo:
-Y yo te quiero por mujer.
Y en presencia de todos se casó con ella; y haciéndola montar en un palafrén, honrosamente acompañada se la llevó a su casa. Hubo allí grandes y hermosas bodas, y una fiesta no diferente de que si hubiera tomado por mujer a la hija del rey de Francia. La joven esposa pareció que con los vestidos había cambiado el ánimo y el comportamiento. Era, como ya hemos dicho, hermosa de figura y de rostro, y todo lo hermosa que era pareció agradable, placentera y cortés, que no hija de Giannúculo y pastora de ovejas parecía haber sido sino de algún noble señor; de lo que hacía maravillarse a todo el mundo que antes la había conocido; y además de esto era tan obediente a su marido y tan servicial que él se tenía por el más feliz y el más pagado hombre del mundo; y de la misma manera, para con los súbditos de su marido era tan graciosa y tan benigna que no había ninguno de ellos que no la amase y que no la honrase de grado, rogando todos por su bien y por su prosperidad y por su exaltación, diciendo (los que solían decir que Gualtieri había obrado como poco discreto al haberla tomado por mujer) que era el más discreto y el más sagaz hombre del mundo, porque ninguno sino él habría podido conocer nunca la alta virtud de ésta escondida bajo los pobres paños y bajo el hábito de villana. Y en resumen, no solamente en su marquesado, sino en todas partes, antes de que mucho tiempo hubiera pasado, supo ella hacer de tal manera que hizo hablar de su valor y de sus buenas obras, y volver en sus contrarias las cosas dichas contra su marido por causa suya (si algunas se habían dicho) al haberse casado con ella. No había vivido mucho tiempo con Gualtieri cuando se quedó embarazada, y en su momento parió una niña, de lo que Gualtieri hizo una gran fiesta. Pero poco después, viniéndosele al ánimo un extraño pensamiento, esto es, de querer con larga experiencia y con cosas intolerables probar su paciencia, primeramente la hirió con palabras, mostrándose airado y diciendo que sus vasallos muy descontentos estaban con ella por su baja condición, y especialmente desde que veían que tenía hijos, y de la hija que había nacido, tristísimos, no hacían sino murmurar. Cuyas palabras oyendo la señora, sin cambiar de gesto ni de buen talante en ninguna cosa, dijo:
-Señor mío, haz de mí lo que creas que mejor sea para tu honor y felicidad, que yo estaré completamente contenta, como que conozco que soy menos que ellos y que no era digna de este honor al que tú por tu cortesía me trajiste.
Gualtieri amó mucho esta respuesta, viendo que no había entrado en ella ninguna soberbia por ningún honor de los que él u otros le habían hecho. Poco tiempo después, habiendo con palabras generales dicho a su mujer que sus súbditos no podían sufrir a aquella niña nacida de ella, informando a un siervo suyo, se lo mandó, el cual con rostro muy doliente le dijo:
-Señora, si no quiero morir tengo que hacer lo que mi señor me manda. Me ha mandado que coja a esta hija vuestra y que… -y no dijo más.
La señora, oyendo las palabras y viendo el rostro del siervo, y acordándose de las palabras dichas, comprendió que le había ordenado que la matase; por lo que prestamente, cogiéndola de la cuna y besándola y bendiciéndola, aunque con gran dolor en el corazón sintiese, sin cambiar de rostro, la puso en brazos del siervo y le dijo:
-Toma, haz por entero lo que tu señor y el mío te ha ordenado; pero no dejes que los animales y los pájaros la devoren salvo si él lo mandase.
El siervo, cogiendo a la niña y contando a Gualtieri lo que dicho había la señora, maravillándose él de su paciencia, la mandó con ella a Bolonia a casa de una pariente, rogándole que sin nunca decir de quién era hija, diligentemente la criase y educase. Sucedió después que la señora se quedó embarazada, y al debido tiempo parió un hijo varón, lo que carísimo fue a Gualtieri; pero no bastándole lo que había hecho, con mayor golpe hirió a su mujer, y con rostro airado le dijo un día:
-Mujer, desde que tuviste este hijo varón de ninguna guisa puedo vivir con esta gente mía, pues tan duramente se lamentan que un nieto de Giannúculo deba ser su señor después de mí, por lo que dudo que, si no quiero que me echen, no tenga que hacer lo que hice otra vez, y al final dejarte y tomar otra mujer. La mujer le oyó con paciente ánimo y no contestó sino:
-Señor mío, piensa en contentarte a ti mismo y satisfacer tus gustos, y no pienses en mí, porque nada me es querido sino cuando veo que te agrada.
Luego de no muchos días, Gualtieri, de aquella misma manera que había mandado por la hija, mandó por el hijo, y semejantemente mostrando que lo había hecho matar, a criarse lo mandó a Bolonia, como había mandado a la niña; de la cual cosa, la mujer, ni otro rostro ni otras palabras dijo que había dicho cuando la niña, de lo que Gualtieri mucho se maravillaba, y afirmaba para sí mismo que ninguna otra mujer podía hacer lo que ella hacía: y si no fuera que afectuosísima con los hijos, mientras a él le placía, la había visto, habría creído que hacía aquello para no preocuparse más de ellos, mientras que sabía que lo hacía como discreta. Sus súbditos, creyendo que había hecho matar a sus hijos mucho se lo reprochaban y lo reputaban como hombre cruel, y de su mujer tenían gran compasión; la cual, con las mujeres que con ella se dolían de los hijos muertos de tal manera nunca dijo otra cosa sino que aquello le placía a aquel que los había engendrado.
Pero habiendo pasado muchos años después del nacimiento de la niña, pareciéndole tiempo a Gualtieri de hacer la última prueba de la paciencia de ella, a muchos de los suyos dijo que de ninguna guisa podía sufrir más el tener por mujer a Griselda y que se daba cuenta de que mal y juvenilmente había obrado, y por ello en lo que pudiese quería pedirle al Papa que le diera dispensa para que pudiera tomar otra mujer y dejar a Griselda; de lo que le reprendieron muchos hombres buenos, a quienes ninguna otra cosa respondió sino que tenía que ser así. Su mujer, oyendo estas cosas y pareciéndole que tenía que esperar volverse a la casa de su padre, y tal vez a guardar ovejas como había hecho antes, y ver a otra mujer tener a aquel a quien ella quería todo lo que podía, mucho en su interior sufría; pero, tal como había sufrido otras injurias de la fortuna, así se dispuso con tranquilo semblante a soportar ésta. No mucho tiempo después, Gualtieri hizo venir sus cartas falsificadas de Roma, y mostró a sus súbditos que el Papa, con ellas, le había dado dispensa para poder tomar otra mujer y dejar a Griselda; por lo que, haciéndola venir delante, en presencia de muchos le dijo:
-Mujer, por concesión del Papa puedo elegir otra mujer y dejarte a ti; y porque mis antepasados han sido grandes gentileshombres y señores de este dominio, mientras los tuyos siempre han sido labradores, entiendo que no seas más mi mujer, sino que te vuelvas a tu casa con Giannúculo con la dote que me trajiste, y yo luego, otra que he encontrado apropiada para mí, tomaré.
La mujer, oyendo estas palabras, no sin grandísimo trabajo (superior a la naturaleza femenina) contuvo las lágrimas, y respondió:
-Señor mío, yo siempre he conocido mi baja condición y que de ningún modo era apropiada a vuestra nobleza, y lo que he tenido con vos, de Dios y de vos sabía que era y nunca mío lo hice o lo tuve, sino que siempre lo tuve por prestado; os place que os lo devuelva y a mí debe placerme devolvéroslo: aquí está vuestro anillo, con el que os casasteis conmigo, tomadlo. Me ordenáis que la dote que os traje me lleve, para lo cual ni a vos pagadores ni a mí bolsa ni bestia de carga son necesarios, porque de la memoria no se me ha ido que desnuda me tomasteis; y si creéis honesto que el cuerpo en el que he llevado hijos engendrados por vos sea visto por todos, desnuda me iré; pero os ruego, en recompensa de la virginidad que os traje y que no me llevo, que al menos una camisa sobre mi dote os plazca que pueda llevarme.
Gualtieri, que mayor gana tenía de llorar que de otra cosa, permaneciendo, sin embargo, con el rostro impasible, dijo:
-Pues llévate una camisa.
Cuantos en torno estaban le rogaban que le diera un vestido, para que no fuese vista quien había sido su mujer durante trece años o más salir de su casa tan pobre y tan vilmente como era saliendo en camisa; pero fueron vanos los ruegos, por lo que la señora, en camisa y descalza y con la cabeza descubierta, encomendándoles a Dios, salió de casa y volvió con su padre, entre las lágrimas y el llanto de todos los que la vieron. Giannúculo, que nunca había podido creer que era cierto que Gualtieri tenía a su hija por mujer, y cada día esperaba que sucediese esto, había guardado las ropas que se había quitado la mañana en que Gualtieri se casó con ella; por lo que, trayéndoselas y vistiéndose ella con ellas, a los pequeños trabajos de la casa paterna se entregó como antes hacer solía, sufriendo con esforzado ánimo el duro asalto de la enemiga fortuna. Cuando Gualtieri hubo hecho esto, hizo creer a sus súbditos que había elegido a una hija de los condes de Pánago ; y haciendo preparar grandes bodas, mandó a buscar a Griselda; a quien, cuando llegó, dijo:
-Voy a traer a esta señora a quien acabo de prometerme y quiero honrarla en esta primera llegada suya; y sabes que no tengo en casa mujeres que sepan arreglarme las cámaras ni hacer muchas cosas necesarias para tal fiesta; y por ello tú, que mejor que nadie conoces estas cosas de casa, pon en orden lo que haya que hacer y haz que se inviten las damas que te parezcan y recíbelas como si fueses la señora de la casa; luego, celebradas las bodas, podrás volverte a tu casa.
Aunque estas palabras fuesen otras tantas puñaladas dadas en el corazón de Griselda, como quien no había podido arrojar de sí el amor que sentía por él como había hecho la buena fortuna, repuso:
-Señor mío, estoy presta y dispuesta.
Y entrando, con sus vestidos de paño pardo y burdo en aquella casa de donde poco antes había salido en camisa, comenzó a barrer las cámaras y ordenarlas, y a hacer poner reposteros y tapices por las salas, a hacer preparar la cocina, y todas las cosas, como si una humilde criadita de la casa fuese, hacer con sus propias manos; y no descansó hasta que tuvo todo preparado y ordenado como convenía. Y después de esto, haciendo de parte de Gualtieri invitar a todas las damas de la comarca, se puso a esperar la fiesta, y llegado el día de las bodas, aunque vestida de pobres ropas, con ánimo y porte señorial a todas las damas que vinieron, y con alegre gesto, las recibió. Gualtieri, que diligentemente había hecho criar en Bolonia a sus hijos por sus parientes (que por su matrimonio pertenecían a la familia de los condes de Pánago), teniendo ya la niña doce años y siendo la cosa más bella que se había visto nunca, y el niño que tenía seis, había mandado un mensaje a Bolonia a su pariente rogándole que le pluguiera venir a Saluzzo con su hija y su hijo y que trajese consigo una buena y honrosa comitiva, y que dijese a todos que la llevaba a ella como a su mujer, sin manifestar a nadie sobre quién era ella. El gentilhombre, haciendo lo que le rogaba el marqués, poniéndose en camino, después de algunos días con la jovencita y con su hermano y con una noble comitiva, a la hora del almuerzo llegó a Saluzzo, donde todos los campesinos y muchos otros vecinos de los alrededores encontró que esperaban a esta nueva mujer de Gualtieri. La cual, recibida por las damas y llegada a la sala donde estaban puestas las mesas, Griselda, tal como estaba, saliéndole alegremente al encuentro, le dijo:
-¡Bien venida sea mi señora!
Las damas, que mucho habían (aunque en vano) rogado a Gualtieri que hiciese de manera que Griselda se quedase en una cámara o que él le prestase alguno de los vestidos que fueron suyos, se sentaron a la mesa y se comenzó a servirles. La jovencita era mirada por todos y todos decían que Gualtieri había hecho buen cambio, y entre los demás Griselda la alababa mucho, a ella y a su hermano. Gualtieri, a quien parecía haber visto por completo todo cuanto deseaba de la paciencia de su mujer, viendo que en nada la cambiaba la extrañeza de aquellas cosas, y estando seguro de que no por necedad sucedía aquello porque muy bien sabía que era discreta, le pareció ya hora de sacarla de la amargura que juzgaba que bajo el impasible gesto tenía escondida; por lo que, haciéndola venir, en presencia de todos sonriéndole, le dijo:
-¿Qué te parece nuestra esposa?
-Señor mío -repuso Griselda-, me parece muy bien; y si es tan discreta como hermosa, lo que creo, no dudo de que viváis con ella como el más feliz señor del mundo; pero cuanto está en mi poder os ruego que las heridas que a la que fue antes vuestra causasteis, no se las causéis a ésta, que creo que apenas podría sufrirlas, tanto porque es más joven como porque está educada en la blandura mientras aquella otra estaba educada en fatigas continuas desde pequeñita.
Gualtieri, viendo que creía firmemente que aquélla iba a ser su mujer, y no por ello decía algo que no fuese bueno, la hizo sentarse a su lado y dijo:
-Griselda, tiempo es ya de que recojas el fruto de tu larga paciencia y de que quienes me han juzgado cruel e inicuo y bestial sepan que lo que he hecho lo hacía con vistas a un fin, queriendo enseñarte a ser mujer, y a ellos saber elegirla y guardarla, y lograr yo perpetua paz mientras contigo tuviera que vivir; lo que, cuando tuve que tomar mujer, gran miedo tuve de no conseguirlo; y por ello, para probar si era cierto, de cuantas maneras sabes te herí y te golpeé. Y como nunca he visto que ni en palabras ni en acciones te hayas apartado de mis deseos, pareciéndome que tengo en ti la felicidad que deseaba, quiero devolverte en un instante lo que en muchos años te quité y con suma dulzura curar las heridas que te hice; y por ello, con alegre ánimo recibe a ésta que crees mi esposa, y a su hermano, como tus hijos y míos: son los mismos que tú y muchos otros durante mucho tiempo habéis creído que yo había hecho matar cruelmente, y yo soy tu marido, que sobre todas las cosas te amo, creyendo poder jactarme de que no hay ningún otro que tanto como yo pueda estar contento de su mujer.

Y dicho esto, lo abrazó y lo besó, y junto con ella, que lloraba de alegría, poniéndose en pie fueron donde su hija, toda estupefacta, había estado sentada escuchando estas cosas; y abrazándola tiernamente, y también a su hermano, a ella y a muchos otros que allí estaban sacaron de su error. Las damas, contentísimas, levantándose de las mesas, con Griselda se fueron a su alcoba y con mejores augurios quitándole sus rópulas, con un noble vestido de los suyos la volvieron a vestir, y como a señora, que ya lo parecía en sus harapos, la llevaron de nuevo a la sala. Y haciendo allí con sus hijos maravillosa fiesta, estando todos contentísimos con estas cosas, el solaz y el festejar multiplicaron y alargaron muchos días; y discretísimo juzgaron a Gualtieri, aunque demasiado acre e intolerable juzgaron el experimento que había hecho con su mujer, y discretísima sobre todos juzgaron a Griselda. El conde de Pánago se volvió a Bolonia luego de algunos días, y Gualtieri, retirando a Giannúculo de su trabajo, como a su suegro lo puso en un estado en que honradamente y con gran felicidad vivió y terminó su vejez. Y él luego, casando altamente a su hija, con Griselda, honrándola siempre lo más que podía, largamente y feliz vivió. ¿Qué podría decirse aquí sino que también sobre las casas pobres llueven del cielo los espíritus divinos, y en las reales aquellos que serían más dignos de guardar puercos que de tener señorío sobre los hombres? ¿Quién más que Griselda habría podido, con el rostro no solamente seco, sino alegre, sufrir las duras y nunca oídas pruebas a que la sometió Gualtieri? A quien tal vez le habría estado muy merecido haber dado con una que, cuando la hubiera echado de casa en camisa, se hubiese hecho sacudir el polvo de manera que se hubiese ganado un buen vestido.